Antes de ponerme a analizar la que es, en mi falible opinión personal, una de las mejores sagas literarias que hayan llegado a mis manos, quisiera poner las cosas en su contexto. Y el contexto de esta obra se resume mejor en tres palabras: críticas mal entendidas. Lo malo que puede ser algo tan bueno como tener las mejores críticas del mundo.
Con este autor y estas novelas ocurrió lo peor que puede ocurrir. Esto es, intentar vender un producción literaria como si fuera un calco de algo que ha funcionado anteriormente. En este caso, como se trataba de un mundo de fantasía, con descripciones detalladas y sin demasiada acción aparente, digamos que a Audley, que por entonces tenía 17 años, le pusieron el peor sambenito: el de ser un «nuevo Tolkien».
Hacer eso sólo consiguió que la obra, por así decirslo, se enemistase con toda la legión de personas que tienen a John Ronald Reuel Tolkien como «el» maestro. Es imposible, por definición, que nadie sea un nuevo (o nueva) Tolkien. Además, la fantasía es como la ciencia-ficción, se diría que una persona joven no puede tener un éxito duradero. Y esto significó que, ya desde un principio, buena parte de la comunidad de fantasía la tomó con él como una especie de reacción visceral. No es el único en ser linchado: despacio, al principio, pero más claramente después, ha surgido una especie de movimiento que corta la «buena» fantasía en alguna década del pasado, aunque esa década perfectamente pueda ser los 90, y rechaza a toda una hornada del siglo XXI… Bueno, porque son del siglo XXI y han disfrutado, o sufrido, de una serie de medios de márketing y difusión que o bien no existían antes del año 2000 o bien apenas estaban esbozados, como puede ser el acceso y difusión de Internet como medio global.
Lo que me hace preguntarme hasta qué punto las mismas personas que dijeron sustraerse a tantas, en apariencia, elevadas lisonjas, no se sustrajeron de observar los méritos de la obra en sí. Como espero poder demostrar, esta obra no es perfecta, pero ni de lejos se merece un márchamo clásico de superventas insustancial que se le ha querido dar.
Con este prólogo, y con la advertencia previa de que pasaré a destripar concienzudamente cada una de las obras, aunque repetiré dicha advertencia cada vez que tenga que hacerlo, entraré en materia durante los próximos días.
Por cierto, y como nota al pie, desde ayer soy un año más viejo… 26 en total.