El alcohol como muestra de hipocresía social

Puede parecer un título un tanto simplista y demagógico, pero es la sensación general que queda después de echar un vistazo a tanta noticia alarmante, tanto responsable de seguridad ciudadana tirándose de los pelos y tanta crítica a la juventud sin un análisis previo del contexto social.

Primero de todo, aclarar que, aparte de joven, aunque ya no tanto, soy abstemio. Nunca le he encontrado la chispa a beber, ni siquiera en pequeñas cantidades. No digamos ya en plan atracón.Lo que podría, supongo, tomarse como base para asegurar que no es posible que sea objetivo. En realidad, no estoy intentando ser objetivo, sino poner sobre la mesa una serie de cuestiones sociales.

También, para que quede claro. No simpatizo con las posturas de las viejas generaciones en lo que respecta a su visión de la juventud y el alcohol. Y no simpatizo con dicha visión, no porque crea que no se da un abuso extendido y recurrente de esta droga legal, sino por la total falta de autocrítica y aceptación de la responsabilidad, amén de la falta de comprensión sobre lo que el consumo de alcohol significa realmente entre la juventud.

No hay forma de negar que la idea es perder de vista el mundo, olvidarse de los problemas, etcétera. Lo que interesa aquí es buscar los motivos por los que se hace. ¿Por qué no, por poner un ejemplo extremo, asistiendo a una representación de Julio César de Shakespeare? ¿Por qué es el alcohol el primer refugio?

Porque así está establecido socialmente.

Vamos a ver. Invito a cualquiera que lea esto a que se ponga a pensar en una celebración, motivo de fiesta, etcétera bien adulta en la que no haya presencia del alcohol o de cuánta gente más allá de los 30 no bebe en esas situaciones.  Cuando sus neuronas tengan agujetas por el sobreesfuerzo, se dará cuenta de que este elemento es poco menos que imprescindible. ¿Entonces, a qué va a sentir inclinación una persona que da sus primeros pasos en la adolescencia? Este periodo de nuestras vidas tiene que ver con la búsqueda de la propia identidad, cierto, pero también tiene que ver con el intento de pertenecer, cuanto antes mejor, al mundo adulto.
Evidentemente, durante esta época, todavía no se han asumido otra serie de roles y normas más o menos escritas que intentan, más que suprimir los efectos perniciosos del consumo, hacer que estos sean invisibles socialmente. Por lo tanto, aquellas personas que, desde sus años de experiencia, ponen cara de preocupación por generaciones perdidas, deberían de ver si lo que están sujetando no deja de ser una cerveza, vino o licor.

Además, está la otra vertiente. Vamos a ver, sin alcohol… No hay fiesta. Es conditio sine qua non. Quien no pasa por ello, se aburre en la fiesta, queda en cuarentena y poco menos que en la marginación a todos los niveles. Un/una muerm@. Esto va especialmente dirigido a quien hace tanto tiempo que dejó el grupo de la juventud perdida. Que canse sus neuronas un poco más, bucee en su memoria y piense en aquella persona, qué pringada, que no le gustaba/no quería/no podía beber. ¿Acaso tendrá valor de negar que observó esa situación como natural?

Por lo tanto, ¿A qué estamos jugando? Como de costumbre, siempre es más fácil predicar que dar trigo, sobre todo cuando el tiempo de la predicación lo dejamos siempre para después y, cuando llega esa mágica edad en la que pensábamos dedicarnos a ello, nos desentendemos del tema o nos instalamos en la postura socialmente cómoda. En ese caso, entenderán que sea responsabilidad social, no un problema de la juventud, hacer un examen profundo de costumbres y valores. Porque, sí, el consumo de alcohol se ha constituido como un valor per se. Costará muchísimo cambiar algo así, siempre que sea posible hacer tal cosa y, por supuesto, quien tiene en su haber el poder de dar ejemplo, no puede dejar en las manos de quien sigue dicho ejemplo el cambiarlo.

Es una responsabilidad social que, mientras tanto, sigue siendo una hipocresía social.

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